Una chica tiene en su regazo una sola rosa roja de tallo largo, esta sentada enfrente mío. Estoy sobre el tren que va hacia Zarate, veo en forma sucesiva esas pequeñas casuchas, que no son mas que acumuladeros de chapas y maderas, que se encuentran al costado de las vías. En el fugaz paso del tren, logro observar a unos niños que patean algo que podría ser una pelota.
Recuerdo mi infancia, a mi padre que me abrazaba cuando yo corriendo me dirigía a su búsqueda, su mano tan grande que cubría por completo mi cara. A mi madre buscando siempre una excusa para llorar, una canción con una triste melodía, el recuerdo de alguien que ya no esta, cualquier cosa era lo suficientemente triste para llorar, un llanto agotador, como casi toda su existencia. La casa que durante muchísimo tiempo fue mi vida, siendo yo un niño que solo jugaba con barro formando diferentes mundos o dibujando con tiza que mi madre traía del colegio. Las zanjas hediondas al costado de las calles de ripio, que durante prolongadas horas me detenía a observar. Al pequeño Juan, escupiendo el chicle sobre la vereda diciendo que al pisarlo mantenía el sabor durante mucho mas tiempo. La ridícula y obesa mujer, con sus harapientos vestidos y su presencia casi nauseabunda me producían una extraña fascinación, que aun hoy no logro descifrar, la rareza de un mundo triste. Todos esos pequeños recuerdos que casi no existen en mi mente, ahora me superan y llegan a mi en forma abrumadora.
El tren sigue con su constante y adormecedor traqueteo. El viaje es amenizado por vendedores ambulantes, con su elocuente pero repetitiva manera de ofrecer un producto, por algún ocasional músico o por los que no posean habilidad alguna, salvo la de dar lastima, contando lo patética que es su vida pidiendo que por favor nos compadezcamos de ellos
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