Camino solitario bajo la luz de una ciudad vacía, me detengo a contemplar la ausencia de algo que una ves estuvo, árboles que ya no están, hojas que ya no caen.
Recorro el barrio, que durante un tiempo fue mío, buscando aquellas voces que alguna vez me hicieron compañía, ya no escucho ni sus gritos, ni sus risas.
Fueron calladas por la monotonía de una vida rutinaria, por el acatamiento de ordenes, por mujeres gordas que exigen lo que nunca van a tener, por hijos llorones que piden a gritos algo de comer. Fueron calladas por la constante monotonía de sobrevivir, del día a día. Los encuentro tristes, sin sus sonrisas de sueño, con remeras gastadas, con el alma amarga.
Paso un tiempo desde que deje el barrio, ahora vuelvo solo a mirar lo que en algún momento también fue mi vida.
Algunos han sucumbido ante la tristeza de lo inevitable, otros al igual que yo se contentan hipócritamente con lo que les a tocado.
Imperturbable como el tiempo encuentro en las mismas esquinas de antes al loco del barrio, pegándole trompadas al viento, riendo histéricamente, contando historias de guerra, de amor y de muerte que solo el entiende. Me saluda de lejos y con la mirada perdida me pide un cigarrillo.
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