viernes, 5 de agosto de 2011

Querido...

Buenos Aires viene a mi como si tuviera una imperiosa necesidad de recorrerla con mi mente, sus calles, sus pequeños pasajes, ese aspecto gris de mañana de lluvia. Caminar de una punta a otra de la ciudad observando las diferencias de un barrio con otro, la desigualdad llevada a un extremo evidente sin darle importancia si el ciudadano promedio es capaz de darse cuenta de toda la mierda que lo rodea. Solamente se levanta nuevamente, se estupidiza por unos minutos delante del televisor para no entender nada, se baña todavía dormido, se cambia todavía dormido y sigue consecuentemente en un espiral de confusión, de idiotez encontrada en una pequeña botella de burguesía. Nada, nadie hace nada, el que tiene por que le importa un carajo el que no tiene, el que trabaja consumido por esa constante esclavitud de la rutina y el que no tiene nada por la insoportable opresión en la que esta sumergido. Me cago en todo eso, soy solo un peón mas dentro una maquinaria insoportablemente grande que ni siquiera llego a entender, soy solo un bastardo disconforme que no tiene fortaleza para hacer nada, soy solo un imbecil que habla solo, que grita histéricamente. Asco, es una buena palabra. La misma repugnancia que produce oler el vomito de otra persona o ir a un baño y observar que el hijo de puta que fue antes no tiro la cadena. Asco, sentir el estomago revuelto al observar el cuerpo apretado de una mujer inmensamente obesa, oler la punta de los dedos y sentir olor a mierda.

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