Cuando estoy sobre mi bici es como si
los pensamientos tomaran un matiz de
claridad, como si finalmente el
embotamiento mental se diluyera y puedo
pensar o en realidad no hacerlo.
El viento recorre mi cara y asusto a
viejas que pasan distraídas, gritándoles
prácticamente en el oído algún
fragmento de alguna canción que recuerde.
Mi bici es casi como mi amante.
Recorro lugares con ella, siempre me acompaña
a donde voy, no hay peros,
no hay quejas. La cadena se le sale a veces,
pero la quiero. Es viejita, pobre y ya pasaron
otros amantes sobre ella, no soy el primero que la
posee. No me produce ningún tipo de rencor
saber que amo a otros, no tengo
una sensación de pertenencia hacia ella.
Sus llantas están gastadas, como
los pechos de una mujer hermosa que
amamanto a dos hijos. Su pintura esta
descascara, como el rostro de mi abuela fallecida.
La pequeña cadena que la asegura de alguien que
la desea es tan frágil como lo que sostiene las
relaciones. La ato a un poste esperando
encontrarla y ella sin reproches me espera paciente.
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